Polma era una blanca doncella astur, criada a la sombra de los acebos, las hayas, pinos, robles y abedules en uno de los valles más altos de la montaña. Curienno era un bravo mozo celta que la cortejaba y la llevaba en las noches de mayo a escuchar el canto enamorado del urogallo entre las espesuras del bosque.
Un día desgraciado de tormentas y nubarrones tuvieron la mala suerte de cruzarse con las huestes romanas y el cónsul Canioseco se enamoró de Polma. No dudó en emplear la fuerza de sus soldados para llevársela a su campamento.
Con mucha urgencia prepararon las bodas que se celebraron en medio de grandes fiestas.
Polma lloraba angustiada y Curienno observaba, desde lejos, todo lo que ocurría en el campamento militar.
En un momento en el que todos dormían la borrachera de la fiesta, Curienno saltó y se apoderó de Polma, huyendo velozmente, hasta alcanzar las montañas, sin concederse un momento de descanso.
Canioseco terminó por descubrirlo y empezó una feroz persecución. El estrépito de los caballos les sorprendió cuando se refrescaban en un arroyuelo entre Puebla de Lillo y Cofiñal. Curienno quiso huir con su amada en los brazos, pero era demasiado tarde y antes que se la raptaran otra vez y la perdiera para siempre sacó un cuchillo y la degolló dejándola junto al arroyo. Sin carga y ligero huyó a toda prisa por las veredas del puerto buscando las luces de Vegarada. Cuando invocaba a Bodón, aún antes de descubrir la negra silueta del monte donde reside la divinidad, las flechas de los sicarios de Canioseco le alcanzaron y cayó muerto en un charco de sangre.
Las xanas que lloraban la muerte de Polma en Cofiñal oyeron los lamentos de las que lloraban a Curienno en Vegarada y decidieron que aquel amor no se debía llorar con lágrimas porque era un amor vivo y convirtieron los charcos de sangre en sendas fuentes de agua cristalina: una, de agua brava y fría y la otra, la de Polma, de agua caliente que manaba a borbotones. Ambas se despeñaron monte abajo, por sus respectivos valles gritándose para no perder la dirección.
Alertado el monte que quedaba entre los dos ríos, resolvió no ser obstáculo por más tiempo y, en un punto determinado, se contrajo abriendo paso a las aguas de Curienno. Advertido éste del milagro trazó una curva con rapidez y se lanzó hasta fundirse con su amada Polma, en un abrazo interminable mientras caminaban hacía el océano.
Un día desgraciado de tormentas y nubarrones tuvieron la mala suerte de cruzarse con las huestes romanas y el cónsul Canioseco se enamoró de Polma. No dudó en emplear la fuerza de sus soldados para llevársela a su campamento.
Con mucha urgencia prepararon las bodas que se celebraron en medio de grandes fiestas.
Polma lloraba angustiada y Curienno observaba, desde lejos, todo lo que ocurría en el campamento militar.
En un momento en el que todos dormían la borrachera de la fiesta, Curienno saltó y se apoderó de Polma, huyendo velozmente, hasta alcanzar las montañas, sin concederse un momento de descanso.
Canioseco terminó por descubrirlo y empezó una feroz persecución. El estrépito de los caballos les sorprendió cuando se refrescaban en un arroyuelo entre Puebla de Lillo y Cofiñal. Curienno quiso huir con su amada en los brazos, pero era demasiado tarde y antes que se la raptaran otra vez y la perdiera para siempre sacó un cuchillo y la degolló dejándola junto al arroyo. Sin carga y ligero huyó a toda prisa por las veredas del puerto buscando las luces de Vegarada. Cuando invocaba a Bodón, aún antes de descubrir la negra silueta del monte donde reside la divinidad, las flechas de los sicarios de Canioseco le alcanzaron y cayó muerto en un charco de sangre.
Las xanas que lloraban la muerte de Polma en Cofiñal oyeron los lamentos de las que lloraban a Curienno en Vegarada y decidieron que aquel amor no se debía llorar con lágrimas porque era un amor vivo y convirtieron los charcos de sangre en sendas fuentes de agua cristalina: una, de agua brava y fría y la otra, la de Polma, de agua caliente que manaba a borbotones. Ambas se despeñaron monte abajo, por sus respectivos valles gritándose para no perder la dirección.
Alertado el monte que quedaba entre los dos ríos, resolvió no ser obstáculo por más tiempo y, en un punto determinado, se contrajo abriendo paso a las aguas de Curienno. Advertido éste del milagro trazó una curva con rapidez y se lanzó hasta fundirse con su amada Polma, en un abrazo interminable mientras caminaban hacía el océano.
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