Odio el asfalto.
Y esa indiferencia con la que me desafía cada mañana. Su
mirada inquietante y continua, allá donde voy, me persigue. A veces me recuerda
a la roca, a la tierra dura y espesa, que tan lejos está por debajo, y otras,
me refleja, se burla de mí, de mi necesidad de pisarlo. Se cree necesario
porque me sujeta, pero la realidad es, que son mis suelas las que no me dejan
escaparme. Doy vueltas y vueltas, subo, bajo y cruzo la esquina, y allá donde
miro siempre está, impasible, observándome. Se que cuando no miro el corre
tambien para alcanzarme, y cuando no puedo más y me paro, el parece que nunca
se ha movido.
Amo el cielo.
Nuria